domingo, 5 de julio de 2009

PAMI...

Creo que es momento de reflexionar: ¿Qué decimos cuando decimos ‘paciente’ y qué sucede cuando junto a ese vocablo resuena la tenebrosa mención al Instituto Nacional de Servicios Sociales Para Jubilados y Pensionados (PAMI)?
Dicha institución de salud le hace honor la etimología. Del verbo latino patior, cuyo significado es ‘sufrir’, ‘ser víctima de’, ‘soportar, ‘permitir’ es que deriva el participio presente patiens (paciente): ‘el que soporta’, ‘el que sufre’.
Todo empezó el sábado 13 de Junio de este año cuando un familiar de edad se encontraba con un cuadro médico que merecía ser estudiado y analizado. Lo trasladamos a PAMI para que pudiera gozar de los servicios pagos. Sin embargo, los pocos médicos que allí había por ser fin de semana, se negaban a cumplir con su función utilizando la muletilla que repiten a todo el mundo: “no hay camas”. Decididos a que se le otorgase lo que correspondía, esperamos y esperamos. Después de 12 horas, y de numerosas miradas despectivas, desdeñosas, como si en el medio no estuviese en juego una vida humana, el médico, altivo y orgulloso de su poca humanidad, giró su mano dejando la palma hacia arriba y procedió a llamarnos no por el apellido sino moviendo el dedo índice, tal como se le exige a un canino que se aproxime. Resultó que ya había una cama disponible. Sin embargo, al recorrer los pasillos de ese establecimiento y al tener la posibilidad de observar algunas habitaciones, descubrimos que en ellas no había ocupantes como decían, es decir, nos mintieron.
Por supuesto que ya agonizan las palabras cuando uno desea referirse a las circunstancias vividas durante el período de internación. Una situación realmente espantosa y alarmante: un médico agarrando de los pelos a una anciana para incorporarla en la cama, camilleros hablando delante de los familiares de las personas internadas en términos tales como “¡dale, que nos toca otro fiambre!”, peleas entre las mujeres encargadas de cuidar al enfermo en función de sacar unos pesitos más, guardias de seguridad arreglados con éstas y dispuestos a hacer cumplir un reglamento que, según ellos, prohíbe que una misma persona pueda cuidar a dos que se hallen en la misma habitación, harpías que anuncian una verdad, no por querer anunciarla sino por querer herir a la persona enferma diciéndole que se va a morir porque “la cama está llena de bichos”; pues, hay en ese lugar una suciedad indescriptible que, sin necesidad de ver, es delatada por la atmósfera maloliente que se cierne sobre ese nido de ratas. ¡Sí que hay que ser paciente para tolerar tanta hipocresía! Se sufre más por el remedio que por los síntomas de la misma enfermedad.
“No hay recursos”, otra muletilla. Es cierto, entiendo que no los haya. Pero lo que no entiendo es cómo personas que optaron por mejorar la calidad de vida del otro se empeñen en hacer todo lo contrario. Respecto a esto es que me remito una vez más a la etimología. Si el rol de paciente se le atribuye al enfermo, el de agente le quedará al médico inmediatamente atribuido. Sin embargo, ‘agente’ se corresponde con el participio presente latino agens, cuyo significado es ‘el que hace’, ‘el que es eficaz’. Y es en este sentido en donde PAMI rompe con la etimología. Pues, mi familiar falleció la madrugada del lunes 15 pero no hubo una respuesta científica ni un diagnóstico médico ya que no le practicaron los estudios correspondientes. Así, la definición que da la Real Academia Española (RAE) de ‘agente’ (“el que obra o tiene virtud de obrar”) se vuelve caduca cuando se la vincula a PAMI, pues, sus médicos no obran ni tampoco tienen virtud. ¡Pero ojalá fuera sólo una definición la que no encontrase lugar!…Debe haber miles de ancianos que no pudiendo encontrar un lugar digno, elijan la única opción de quedarse en sus casas, o bien prefieran pasar a un mundo mejor…

jueves, 21 de mayo de 2009

Una Lucha...

Mi mate, mi termo, mi silla y un libro que reclama ser leído. Mi mente relajada, acostumbrada ya a la libertad que genera la no responsabilidad, y su contrincante enfurecido que, con su aliado el tiempo, presiona para que se siente en el trono el imperio de la obligatoriedad.
¿A qué juegan? Ambos lindes se enfrentan, sostienen con agallas una guerra que ninguna se prestan a resignar. Aparece una instancia de paz, un tercero intenta refrenar: la expresión de lo que pasa los desprovee de fuerzas para pelear.
El pensamiento más costoso se siente ya desanimado, consumido por la falta de ejercicio mientras que la pereza, lábil pensamiento, se distrae por situaciones sobre las que no puede evitar reflexionar. Dice que él (¿quién es él?)…él se ha ido, busca explicaciones, aliento, desaliento, pros y contras en una partida que no parece presentar rasgos de ánimo de regreso. Pero sin embargo, ese pensamiento perezoso reflexiona también sobre la agonía de su contrario. Lo escucha, aunque preferiría no hacerlo, se está debilitando…me estoy yendo. La voz de la obligación me va quebrando…shhh, se va apagando…y ahora…escuchá! Que el silencio de su reflexión ha llegado…

martes, 31 de marzo de 2009

"Rechazando una invitación a ir al cine o participar en cualquier otra actividad mundana"

Tengo tan poco tiempo y tanto amor,
tanta necesidad amontonada,
tan pocos ojos para tanta flor,
tanto preparativo para nada.

Días inútiles me han puesto avara
del privilegio de tu compañía
y cuando algún motivo nos separa
es como darle cuerda a la agonía.

¿Para qué vamos a desperdiciar
entre la oscuridad, entre la gente,
tantas intimidades sin usar
como tenemos, tanta luz urgente?

La vida rigorea y multiplica
recíproca abundancia en tiempo escaso.
No te imaginas lo que significa
estar enamorada con atraso.

Somos gremio de zombies que no sabe
estar sino en rebaño distraído.
Si uno en su duración apenas cabe,
por qué precipitarse en el olvido.

Todo enajenamiento es agresión,
y en defensa legítima te mando
a diferir esta disipación
para mañana, para no sé cuándo.

Por María Elena Walsh

viernes, 27 de marzo de 2009

Vos, lo incierto

No quiero hacer de esto mucho más que una reflexión.
Corre el día, los minutos, se disipan las horas; y junto a este fenómeno se encuentra la quietud de una relación. Relación de dos opuestos relacionados por la no relación. Hay algo percibido por mi conciencia, y sin embargo, algo que no puede ver. Piedra, oscuridad, todo impenetrable. No permite ser deslumbrado.
¿Qué hay? ¿Qué hay en aquél otro lado? Una voz me dicta: “hay ideas sin proyectos, hay ganas sin empeño, es necesario que te preguntes de qué sirve todo esto”.
Estas frases parecen estar sumidas en incógnitas; ¡qué se me permita aclarar que esto se debe a que aluden a la incógnita misma! ¿Quién sos? ¿A dónde vas? ¿Qué pretendés?
Dicen que uno ve lo que está predispuesto a ver. Pareciera que el mundo te hablara y, sin embargo, es uno quien construye esa realidad. Frecuentemente clasificadas como ‘señales de la vida’, preferimos llamarlas ‘causalidades’. Ay…ay…ese par de números dicen sólo lo que estoy dispuesta a escuchar.
Yo, me siento frente a vos, incógnita. Te interrogo; y así busco tratarte por tu misma naturaleza. ¡Silencio! Vos a mis preguntas no las escuchás. No las escuchás porque yo no las pronuncio en voz alta, no alzo el tono de voz. Son como un fantasma para tu oído. Y esto es también para tratarte por tu misma naturaleza: vos sos un fantasma ante mí. Mis preguntas, el reflejo de tu imagen, lo que quiero devolverte.
Del 26/07/2006

sábado, 14 de febrero de 2009

Ahí va ella...

Ahí va ella, silueta de alma herida y de orgullo forzado. Camina ya desalentada, mira cosas que no ve, quiere entender lo que jamás querrá ser entendido. Ella, absorta en aquellos vericuetos insondables siente anhelo por comprender qué extraña naturaleza es la que le hace daño. Un pie en ese pedazo de cemento que sofoca la vida de ciudad se vuelve atmósfera del calvario que sus pensamientos le generan. Todo es una misma cosa, no las distingue. Sólo camina, camina a veces sin llegar a ningún lado. Cincuenta cuadras recorridas, se encuentra ahora en la puerta de su casa. Ese recorte de madera pintado de blanco la hizo regresar a la realidad objetiva: descubrió que durante una hora con algunos minutos se había estado desplazando y que, sin embargo, en un tiempo casi efímero y volátil se encontró con aquel lugar en donde diariamente se alojaba. Sintió el cansancio de los cincuenta largos y grices bloques caminados. Reposó en su cama, y en ella siguió charlando sobre lo que tanto le había inquietado durante su trayecto de regreso a casa. Tomó su celular pero sabía que no debía hacerlo. Con nerviosismo aceptado presionó los botones dispuestos para formar aquellas palabras que no conducían, según su conciencia, a nada. Con impaciencia y especulando sobre cuál sería la respuesta, esperó. Lo que en lo subjetivo fue media hora, en lo objetivo no duró más de tres minutos. Se sobresaltó por la música del pequeño aparato, pues ella ya de nuevo discurría por los enroscados caminos de su mente. Leyó, y ¡para qué explicar la alegría de aquella muchacha!, era eso, eso era lo que pretendía leer lo profundo de su alma. Despertó, y una vez más desilusionada, dio media vuelta y meditando se sentó en el extremo de su cama. Reflexionando sobre el sueño creyó, locamente, que podría ser premonitorio y que si optaba por hacer lo que en su sueño había hecho podría obtener satisfacción similar a la que aquella chica, que era ella, había experimentado. Toma el aparato, intenta recordar lo que aquella lunática había escrito. Con dificultad logra un mensaje análogo y en un acto de no querer hacerse cargo de lo que envía, mira hacia el costado mientras que su mano extendida se atreve a dar el veredicto. Espera, y así cree estar siendo la que era en su sueño; y verdaderamente lo fue hasta el instante en que sus ideas empezaron a entrecruzarse; pues una nueva incertidumbre la rodea: ¿la respuesta sería la misma que aquel fantasma de ensoñación había recibido? ¿Habría respuesta? ¡Ay! ¡Ay! La necesidad de comunicación y de cariño mediatizas por ese pedazo de plástico. Se confunde, entonces toma el teléfono fijo, necesita el consejo de una voz amiga. ¡Ay!, pero si… ¡mirá! Sus oídos sólo logran captar una vorágine de palabras semi-articuladas. ¡Ay! ¡Pobre de ella que vuelve a despertarse! ¡Pobre de ella…yace ahí, nuevamente desilusionada! Ya no sabe si quiere ejecutar el plan de todas aquellas que fue durante el sueño. La primera vez había conseguido la respuesta querida, pero la segunda vez la respuesta había sido ninguna. Ojos tristes, llenos de lágrimas por la asfixia que genera retener en sí todas aquellas palabras destinadas a alguien que siente suyo pero que, sin embargo, no le pertenece porque él no es de nadie, ni siquiera de él mismo. No sabe qué hacer, y en la orilla de su lecho se balancea mientras que sus ideas, copiando el vaivén de sus piernas, se deslizan de un lado hacia otro del problema. Por fin, dio con algo, y se puso a escribir este pedazo de papel. Ella, eternamente dormida, dos veces tuvo que despertarse para volver a descubrir, en cada abrir de ojos, la tristeza de su desilusión. Pero ahora, escribe este trozo de papel. Quizás, espera a que algún sonido la despierte, desea estar en otra realidad. Despierta, o quizás dormida, se permite soñar: anhela que el tono de voz pausado y acariciador de aquel ser que tanto le da sin aún darle nada, susurre algo a su oído. Abro los ojos, y ahí está él, estamos los dos, finalmente despiertos, finalmente unidos.