Mi mate, mi termo, mi silla y un libro que reclama ser leído. Mi mente relajada, acostumbrada ya a la libertad que genera la no responsabilidad, y su contrincante enfurecido que, con su aliado el tiempo, presiona para que se siente en el trono el imperio de la obligatoriedad.
¿A qué juegan? Ambos lindes se enfrentan, sostienen con agallas una guerra que ninguna se prestan a resignar. Aparece una instancia de paz, un tercero intenta refrenar: la expresión de lo que pasa los desprovee de fuerzas para pelear.
El pensamiento más costoso se siente ya desanimado, consumido por la falta de ejercicio mientras que la pereza, lábil pensamiento, se distrae por situaciones sobre las que no puede evitar reflexionar. Dice que él (¿quién es él?)…él se ha ido, busca explicaciones, aliento, desaliento, pros y contras en una partida que no parece presentar rasgos de ánimo de regreso. Pero sin embargo, ese pensamiento perezoso reflexiona también sobre la agonía de su contrario. Lo escucha, aunque preferiría no hacerlo, se está debilitando…me estoy yendo. La voz de la obligación me va quebrando…shhh, se va apagando…y ahora…escuchá! Que el silencio de su reflexión ha llegado…
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