Creo que es momento de reflexionar: ¿Qué decimos cuando decimos ‘paciente’ y qué sucede cuando junto a ese vocablo resuena la tenebrosa mención al Instituto Nacional de Servicios Sociales Para Jubilados y Pensionados (PAMI)?
Dicha institución de salud le hace honor la etimología. Del verbo latino patior, cuyo significado es ‘sufrir’, ‘ser víctima de’, ‘soportar, ‘permitir’ es que deriva el participio presente patiens (paciente): ‘el que soporta’, ‘el que sufre’.
Todo empezó el sábado 13 de Junio de este año cuando un familiar de edad se encontraba con un cuadro médico que merecía ser estudiado y analizado. Lo trasladamos a PAMI para que pudiera gozar de los servicios pagos. Sin embargo, los pocos médicos que allí había por ser fin de semana, se negaban a cumplir con su función utilizando la muletilla que repiten a todo el mundo: “no hay camas”. Decididos a que se le otorgase lo que correspondía, esperamos y esperamos. Después de 12 horas, y de numerosas miradas despectivas, desdeñosas, como si en el medio no estuviese en juego una vida humana, el médico, altivo y orgulloso de su poca humanidad, giró su mano dejando la palma hacia arriba y procedió a llamarnos no por el apellido sino moviendo el dedo índice, tal como se le exige a un canino que se aproxime. Resultó que ya había una cama disponible. Sin embargo, al recorrer los pasillos de ese establecimiento y al tener la posibilidad de observar algunas habitaciones, descubrimos que en ellas no había ocupantes como decían, es decir, nos mintieron.
Por supuesto que ya agonizan las palabras cuando uno desea referirse a las circunstancias vividas durante el período de internación. Una situación realmente espantosa y alarmante: un médico agarrando de los pelos a una anciana para incorporarla en la cama, camilleros hablando delante de los familiares de las personas internadas en términos tales como “¡dale, que nos toca otro fiambre!”, peleas entre las mujeres encargadas de cuidar al enfermo en función de sacar unos pesitos más, guardias de seguridad arreglados con éstas y dispuestos a hacer cumplir un reglamento que, según ellos, prohíbe que una misma persona pueda cuidar a dos que se hallen en la misma habitación, harpías que anuncian una verdad, no por querer anunciarla sino por querer herir a la persona enferma diciéndole que se va a morir porque “la cama está llena de bichos”; pues, hay en ese lugar una suciedad indescriptible que, sin necesidad de ver, es delatada por la atmósfera maloliente que se cierne sobre ese nido de ratas. ¡Sí que hay que ser paciente para tolerar tanta hipocresía! Se sufre más por el remedio que por los síntomas de la misma enfermedad.
“No hay recursos”, otra muletilla. Es cierto, entiendo que no los haya. Pero lo que no entiendo es cómo personas que optaron por mejorar la calidad de vida del otro se empeñen en hacer todo lo contrario. Respecto a esto es que me remito una vez más a la etimología. Si el rol de paciente se le atribuye al enfermo, el de agente le quedará al médico inmediatamente atribuido. Sin embargo, ‘agente’ se corresponde con el participio presente latino agens, cuyo significado es ‘el que hace’, ‘el que es eficaz’. Y es en este sentido en donde PAMI rompe con la etimología. Pues, mi familiar falleció la madrugada del lunes 15 pero no hubo una respuesta científica ni un diagnóstico médico ya que no le practicaron los estudios correspondientes. Así, la definición que da la Real Academia Española (RAE) de ‘agente’ (“el que obra o tiene virtud de obrar”) se vuelve caduca cuando se la vincula a PAMI, pues, sus médicos no obran ni tampoco tienen virtud. ¡Pero ojalá fuera sólo una definición la que no encontrase lugar!…Debe haber miles de ancianos que no pudiendo encontrar un lugar digno, elijan la única opción de quedarse en sus casas, o bien prefieran pasar a un mundo mejor…
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